15 octubre 2008

Cambiar de trabajo, lo que se deja atrás

Dejo el trabajo. Me cambio. Tras más de dos años y medio en la misma empresa he decidido dar un giro profesional. Y no es la primera vez que lo hago. Parece que llevo ese chip propio de la cultura norteamericana que te anima de vez en cuando a buscar nuevas experiencias y nuevos retos en el ámbito laboral. Y eso no es lo habitual, porque en este país siempre se ha tendido a buscar el trabajo fijo, seguro... a ser posible una buena plaza de funcionario. No niego que también me tienta eso de tener algo estable, para toda la vida... pero como soy todavía joven quizá es pronto para sentarme en un pupitre junto a mil personas que compiten por lograr la ansiada “plaza”, el pasaporte a la “silla definitiva”. De todas formas, pese a esta introducción, aclaro que el dilema entre el funcionariado o la empresa privada no es el tema de este artículo.

El cambio de empleo no supone sólo un cambio de lugar, de nómina, de responsabilidades. Supone también dejar atrás a un grupo de personas con nombres y apellidos, personas con las que se ha estado conviviendo horas y horas durante la mayoría de los días del año. Muchas más horas que con la novia, la mujer, la familia o los amigos de toda la vida. Y dejar de verlos a diario, así, de repente, es duro. Y es duro porque si uno ha tenido la suerte de haber tenido un buen trabajo durante un determinado número de años, la suerte es mayor si además ha podido trabajar junto a un grupo de personas con los que merecía la pena estar. Gente maja que se dice.

En cada trabajo no sólo se adquiere una serie de conocimientos, de prácticas, de habilidades, de experiencia. El trato con los demás, y todo lo que ello conlleva, también forma las aptitudes y las actitudes de todo trabajador. Los compañeros no son algo accesorio, que están ahí porque tienen que estar. Tampoco son sólo los que nos entretienen en el bar durante el descanso. Ellos, de alguna manera, también van puliendo el CV personal. Tras dejar un trabajo en el CV únicamente ponemos tres cosas: el nombre de la empresa, el tiempo que se ha trabajado en ese lugar y las tareas en las que uno ha sido responsable. En el CV nunca pondremos: “conocí a José, a Pedro, a Teresa... que me enseñaron esto y lo otro”... No lo pondremos y sin embargo a muchos de ellos les deberemos mucho más que a la propia empresa. Y eso es así porque gracias a ellos habremos adquirido gran parte de los conocimientos y virtudes que permiten abrirnos paso en un nuevo lugar.

He tenido la suerte de poder trabajar siempre en empresas grandes, con más de 500 empleados. En ocasiones he oído que no hay nada mejor que trabajar en una PYME o en una empresa familiar que no tenga más de 15 empleados. No digo que la experiencia en una pequeña empresa no pueda ser gratificante, que seguro que lo es y en muchas de ellas. Pero también es cierto que trabajar en una empresa con muchos empleados permite convivir diariamente con multitud de personalidades, multitud de orígenes, de culturas, de formas de ser y de actuar... un batiburrillo de personas de las que se pueden aprender muchas cosas, al menos algo de cada una.

Por ello, ahora que me adentro en otra empresa, lo hago con el comprensible temor a encontrarme con lo desconocido. Una vez más. Pero también lo hago con la enorme esperanza de saber que muchas de las personas que me encontraré en el camino me abrirán nuevos horizontes que seguramente nunca me habían pasado por la cabeza. Y por eso también puedo decir que los que ahora dejo atrás... en realidad se vienen conmigo porque son ellos los que me han permitido ir hacia delante.

(ENERO 2005)

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