15 octubre 2008

Voy a ser Papá

No, no voy a hablar de Benedicto XVI (ya hay bastantes artículos en la prensa sobre Joseph Ratzinger) ni busco trabajo en el Vaticano. Lo que he querido decir con el título de este texto es que a comienzos del próximo mes de noviembre mi mujer dará a luz a un retoño, nuestro primer hijo. Y tengo que confesar que a estas alturas de la película todavía tengo el chip de ser actor secundario, pero mucho me temo que a finales de año tendré que ser co-protagonista principal porque tendré que aprender a poner pañales como todo buen padre.

De todas formas no son los pañales lo que me preocupa, ni los lloros, ni las noches de insomnio, ni los biberones… Dentro de lo complicado que pueda parecer todo eso, que lo será, a mi lo que verdaderamente me preocupa es el tipo de persona a la que mi mujer y yo vamos a tratar de formar y educar. Por supuesto que cada hombre y mujer acaba siendo un sujeto individual, con sus propias ideas y que termina tomando sus propias decisiones. Pero también es cierto que los padres juegan un papel trascendental en la configuración de la personalidad de todo recién nacido. Y ahí es donde me entra en el cuerpo una gran responsabilidad.

Educar a un niño es quizá una de las más sacrificadas responsabilidades que puede tener un hombre y una mujer a lo largo de su vida. Es sacrificada, pero al mismo tiempo enormemente bella y gratificante. Es, a buen seguro, la tarea de la que uno se puede sentir más orgulloso… si logra que el hijo acabe siendo una persona digna de respeto, admirable por todos.

Y no es fácil. Aquí no hay trucos por muchos libros que uno se pueda leer, no hay manuales que expliquen cómo ser un buen padre, no hay universidad para obtener el título de Papá y Mamá. Quizá parten con ventaja aquellos que han tenido la suerte de tener unos buenos padres, que al fin y al cabo son maestros en esta materia… pero no hay excusas: quien educa al recién nacido no son los abuelos ni la guardería, ni los profesores que tendrá el niño en el colegio. Son el padre y la madre los que tienen que tomar las decisiones, compartir esfuerzos, generar hábitos, inculcar buenas actitudes y despertar valores.

Por todo ello, el miedo no me entrará en el cuerpo cuando mi mujer pase al quirófano (yo soy de los que pienso acompañarla aunque me destroce el brazo, no quiero perderme ese momento magistral y único, por mucha sangre que salte), el miedo me entrará cuando no haya más felicitaciones, cuando se acaben las flores, los regalos y las fotos. El miedo me entrará cuando mi mujer y yo lleguemos a casa con la criaturita, ya sin nadie más que nosotros tres.

Aunque exista este temor, también espero ese día con ganas, con una enorme ilusión. Empezará para mí la labor más importante que podré hacer en mi vida, el reto de formar a una persona que en sus inicios será débil y algo inconsciente (aunque dicen que los bebés lo captan casi todo)… pero que, si mi mujer y yo lo hacemos bien, podrá convertirse en alguien que no sólo marcará nuestras vidas, sino que afortunadamente también será importante para muchas más personas.

Fui al colegio, a la universidad, me compré un coche, tengo un buen trabajo, me casé… son etapas vitales que, en un principio, uno cree que son relevantes en la historia personal. Pero ninguna de ellas se acerca a la dimensión que tiene el hecho de ser padre. A mis treinta años noto que en unos meses voy a empezar una nueva vida, que todo lo anterior fue importante, pero mucho más lo que empieza ahora. Una nueva vida para tratar de dar y darse para que otra persona pueda descubrir las maravillas de este mundo, pues existen, sólo hay que buscarlas.

(MAYO 2005)

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