15 octubre 2008

Los mileuristas, sin pan ni cebolla



Resulta que la cebolla ha subido mucho, hasta un 22 %, y que la leche y el pollo también se disparan, con incrementos del 18%. No pasa nadaaaaa. No hay que ser mal pensados, seguro que alguien ha subido el precio de las cebollas para evitar que nos pongamos a llorar al cortarlas. Que buenos son los que manejan el mercado al vigilar, afortunadamente, por nuestro estado sentimental, no quieren que soltemos lágrimas en la cocina, que ya tenemos bastantes problemas en nuestra vida cotidiana como para encima tener que llorar con las cebollas.

Pero no, creo que ya nadie va a evitar que todos, amas y amos de casa, entremos pronto en una profunda depresión, ya sea con cebollas y sin cebollas. Y es que la cosa se está poniendo chunga, cada vez más chunga. El que aquí escribe antes se compraba litros y litros de leche (leche entera, fuera complejos) para atiborrarse de Smacks de Kellogg’s en aquellas noches en las que no sabía muy bien qué cenar... o para desayunar con calma en las mañanas de los fines de semana. Pero las cosas han cambiado. Ahora me lo pienso dos veces antes de llenar el carro del super con esos tetra-briks que contienen ese precioso líquido que sueltan las vacas. Y digo precioso líquido, porque ahora la leche también está por las nubes.

Y desde hace unos meses pasa un tanto de lo mismo con el aceite. Y esto es lo peor de todo, es un verdadero drama, porque aquí, en nuestra querida Mallorca, no podemos dejar de tomar un pa amb oli ninguno de los días del año. Es más, siempre he dicho que los mallorquines (al igual que en otras regiones de nuestro entorno mediterráneo) somos los únicos que vamos a un restaurante para tomar pan con tomate y aceite. Ahí es nada, nuestras salidas gastronómicas no son para la búsqueda de una lubina a la sal o un chuletón de buey... nos contentamos y somos muy felices con un sencillo pa amb oli. Bien, pues ahora, con esto de la subida generalizada de los precios y como esto siga así... va a resultar que nuestro plato preferido, por bueno y por barato, pronto se convertirá por la subida del aceite en un plato de lujo... lo nunca visto.

Y así continua la cosa, sin que nadie de un grito en el cielo. Afortunadamente yo no soy mileurista y mi mujer es trabajadora por partida doble, es decir, dirige la casa mejor que yo (yo participo en lo que puedo) y a la vez es profesora en un instituto, con lo que en mi casa entran dos nóminas cada mes. Pero nuestro caso, aunque ya es habitual en muchos hogares (hoy en día es difícil sobrevivir con un solo sueldo) no deja de ser una situación privilegiada, puesto que son millones (sí, millones) los españoles que son mileuristas. Y para estos millones de personas la subida de la leche, la cebolla y hasta el café del bar de la esquina comienza a ser algo realmente preocupante.

Si hace unos años el regalo de Navidad fue la eurocalculadora, para aprender a comparar euros con pesetas... ahora el regalo estrella puede volver a ser la calculadora, pero esta vez para comprobar, producto a producto, como el euro se va comiendo nuestros ahorros a la velocidad de la luz.
Como ya he dejado escrito en No Badis, a mi el euro me hizo una gran ilusión cuando llegó a nuestro país, por eso de compartir la idea romántica de una Europa unida... pero tengo que reconocer que hoy en día los billetes de euro me dan pánico... por lo rápido que se me van de las manos, sobre todo los de cinco euros, que parecen que son calderilla cuando en realidad cinco euros son casi las potentes 1000 pesetas de antes. Pues eso, soy de los que pienso que la revolución silenciosa ya ha comenzado en los hogares y que pronto más de uno gritará YA BASTA allí donde pueda ser escuchando. Será cuestión de que todos gritemos a la vez y en el mismo lugar, antes de que lo hagan nuestros bolsillos, antiguos amantes de las pesetas y que ahora ven pasar los euros... y casi ni los reconocen, por el escaso tiempo de convivencia al que les obliga el salvaje mercado.

(NOVIEMBRE 2007)

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