14 octubre 2008

Carnaval en tiempos de guerra

Acabamos de pasar los días de carnaval, de los disfraces, de las máscaras, de los de “con esto no me conocerá nadie”. Días de risas, de bailes, de desconexión con lo real, de evasión... pero el problema no son las fiestas de carnaval, que a más de uno le alegra los días de invierno, el problema es que algunos viven en permanente carnaval, llevando un disfraz permanente, diario, durante todo el año. Vamos a ver quiénes son, descubramos quiénes se ocultan tras máscaras de hipocresía.

El mayor disfraz de este nuevo 2003 lo viste George W. Bush, presidente de Estados Unidos. Un hombre poderoso, pero ignorante al mismo tiempo, menudo cocktail más peligroso y explosivo (nunca mejor dicho). El poder y la ignorancia unidos en la persona más influyente de esta tierra, da miedo. Bush fue aquella persona que semanas antes de ser presidente de su país ignoraba quién era el mandamás de Pakistán, uno de los países más inestables del planeta y vecino de la gran India. Pero su ignorancia en política internacional no es lo peor, lo más grave es el follón en el que está metiendo a todo el mundo con su obsesión por atacar Irak, algo que quizá estará ocurriendo cuando este ejemplar de No Badis esté en la calle.

Sigamos quitando las capas de este gran disfraz. El miedo a Irak no está en sus armas, está en la pérdida del control sobre sus pozos petrolíferos, pues son grandes reservas las que hay bajo aquellas tierras, y claro, Estados Unidos no puede permitir que estén en manos de un déspota con bigotes. Bush desea atacar Irak como venganza a la caída de las torres gemelas, para demostrar al mundo entero que su nación, además de superpotencia económica, tiene el derecho a invadir todo país que le entre en gana.

Pero no terminan en Bush los disfraces de este carnaval permanente. Tenemos luego a Chirac, el presidente francés, que ahora va de pacifista, para así poder terminar su último mandato con aires de grandeza, queriendo demostrar que es capaz contradecir a los americanos. Será hipócrita, pues ha sido su país el que ha vendido multitud de armas a Irak, y han sido las empresas petrolíferas francesas las que más negocio han hecho en tierras de Saddam Hussein. Y Gerhard Schröder, otro falso, que se apuntó al carro del “no a la guerra” para salvar unas elecciones que tenía perdidas. ¿Y Aznar?, Aznar se disfraza de líder mundial, pues está claro que no se apunta a las tesis de Bush sólo para que los americanos nos dejen sus satélites para espiar a ETA, sino para intentar ser la persona que metió a España en el G-8, aunque con ello está destrozando a su partido y perdiendo su candidatura a la presidencia de la Comisión Europea, cargo que ya no podrá ocupar, pues el resto de países europeos no permitirá que Europa la dirija un pro-americano tan descarado.

Y si he citado al G-8 es porque ellos son los líderes de este carnaval, de toda esta gran mentira. Ellos son los que no quieren darse cuenta de que la situación internacional no se arregla quitando a Saddam Hussein del mapa, ni quitando al loco de Corea del Norte. No, el único modo de evitar los grandes conflictos internacionales (y de evitar presentes y futuros comandos suicidas de origen fanático como los del 11-S) es acabando con las desigualdades que desde hace siglos arrastra nuestro mundo. El odio hacia Estados Unidos, el odio hacia occidente tiene su raíz en nuestra prepotencia, en nuestra falta de generosidad, en nuestra hipocresía de creer que el mundo se arregla subvencionando a un ejército de ONG’s. No, esa no es la solución, eso es sólo un parche que arregla gotitas de un océano de miseria.

La solución está en arreglar en primer lugar el eterno conflicto de Palestina, tan olvidado ahora, y que está abandonado por Ariel Sharon (que destroza la economía y el futuro de su propio país, además de ahogar al pueblo palestino) y por el lobby judío del Congreso norteamericano, que pasa del tema olímpicamente. Eso por un lado, pero la gran mentira, la gran injusticia es la del G-8 y la de todos los países desarrollados, que no tienen la valentía ni la decencia de sentarse en una de sus habituales reuniones para decir YA BASTA, que ya es hora de reunir al menos el 1% del PIB de cada país para destinarlo a un plan internacional de ayuda al desarrollo de los países de África, Latinoamérica y Asia. Ahí está la gran máscara, esa máscara que oculta el egoísmo de nuestros países, nuestra idea intencionada de mantener dos mundos, desigualdades, miles de muertes diarias por hambre, enfermedades mortales que tienen cura... Qué triste es, qué disfraz tan cruel.

(MARZO 2003)

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