14 octubre 2008

Construyendo destinos

¿Existe el destino?, ¿estamos predeterminados a lo que somos, a lo que tenemos, a lo que vamos a ser?. No es fácil responder a ello, existen todo tipo de teorías y sobre todo variadas creencias, desde las religiosas hasta las esotéricas. Al destino yo le veo dos caras, una la real, lo que somos y tenemos, y otra la práctica, es decir, lo que deberíamos hacer con ese destino que nos ha tocado vivir. Está claro que nosotros no decidimos con anterioridad que padres vamos a tener, si vamos a vivir en un país pobre o desarrollado, si recibiremos una formación adecuada, si podremos alimentar y educar a nuestros hijos en las mejores condiciones, si nuestra vida estará llena de felicidad o repleta de desgracias.

Todo esto me viene a cuento de la película “El bola”, que trata el tema de los maltratos en la familia, concretamente el maltrato de un padre a su hijo. Viendo la película intentaba ponerme en la piel del niño, pensando en cómo habría reaccionado en mi infancia si mi padre hubiera sido un salvaje. Viendo todo ello, reflexionando sobre ello, tan sólo se me ocurría pensar en esa cara práctica del destino de la que hablaba al principio. Es evidente que no decidimos la parte real de nuestro destino, nos toca lo que nos toca, sin más. Pero creo que sí podemos explotar su parte práctica, aprovecharla al máximo en beneficio nuestro y sobre todo para poder ayudar a los demás.

¿Y esto por qué debe ser así?, pues muy sencillo, porque todas nuestras actuaciones nos ayudan a ir perfilando buena parte de nuestro destino... y las mismas también pueden ayudar a mejorar el destino de los demás, el destino de los que nos rodean e incluso el de los que tenemos lejos y ni siquiera conocemos. La vida no es más que una suma de decisiones que vamos tomando a lo largo del tiempo y una suma de reacciones a todas las cosas que nos van sucediendo. Y toda esa suma se concreta en las actuaciones que vamos tomando con nosotros mismos y con los demás.

Conté ya en No Badis la historia de una periodista de una televisión checa, que viendo que sus reportajes no lograban detener la guerra en Chechenia, decidió dejarlo todo, comprarse una casa en Grozni y cuidar ella sola de cincuenta niños huérfanos. Ahí debe seguir, en ocasiones pienso en ella. Podría contar la historia de una amiga mía, que tras estar durante dos brillantes años trabajando en Endesa decidió tomar un avión a Chiapas, para ayudar y estar con aquellos que tienen muy poco, o nada. Podría contar la historia de un familiar cercano, ingeniero, que tras estar tres años en Italia con un sueldazo y piso y coche pagados por su empresa... decidió dejar su carrera profesional y cursar un máster en cooperación internacional en la Universidad de Deusto. Ahora ha vuelto de la India tras estar seis meses con una ONG y pronto hará sus maletas para ir a otro país.

Pero todos estos son casos excepcionales, son personas que han querido cambiar radicalmente su destino, de repente, para ayudar a cambiar el destino de los demás. Los otros casos somos mayoría, gente que seguimos el curso de la vida sin dar grandes cambios de rumbo... todo va normal, crecemos, estudiamos, nos casamos, educamos a una familia, paseamos a los nietos y luego nos vamos... dejando al final un balance que a lo mejor dará sus frutos a los que se quedan aquí, o no.

Pero todo ese camino que esa gran mayoría va realizando, año a año, también está repleto de decisiones, de reacciones y de acciones que pueden ayudar a cambiar el destino de los demás. No hace falta ir a Sudán para ayudar al desarrollo de ese país, no hace falta grandes esfuerzos para consolar a un amigo que ha perdido a su hermano por la droga, no hace falta ser un gran observador para denunciar un maltrato o una injusticia, no hace falta un milagro para intentar ayudar a ese amigo que anda perdido, sin rumbo, alejado de la alegría. Y es que todo ello, nuestra oportunidad de cambiar destinos, es otro de los regalos que nos da la vida. Hay que cambiarlos allí donde haga falta, para que aquellos a los que pudimos ayudar y no lo hicimos... no digan al final de sus vidas que “el destino es sólo cuestión de suerte”. Eso no es así, el destino propio y el de los demás lo construimos nosotros, día a día.

(FEBRERO 2003)

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