14 octubre 2008

Lo absurdo de vivir en pena

Decía C.S. Lewis en uno de sus libros que “gran parte de una desgracia consiste, por así decirlo, en la sombra de la desgracia, en la reflexión sobre ella. Es decir, en el hecho de que no se limite uno a sufrir, sino que se vea obligado a seguir considerando el hecho de que sufre. Por eso a veces transcurren esos días interminables en los que no solamente vivimos en pena, sino que pensamos en lo que es vivir en pena un día detrás de otro”.

Y es que tenía mucha razón el bueno de Lewis, que vio como su mujer fallecía de cáncer poco después de casarse con ella. Pero no quiero tomar esa frase para aplicarla a circunstancias tan dramáticas como la muerte de un familiar. La tomo para aplicarla a un nivel más global porque pienso que muchos viven en pena, pero en situaciones más nimias, más superficiales y muy lejanas al drama. Y es que el hombre, además de débil, tiende a exagerar todo lo que vive, abandonando la reflexión y dejándose llevar por un río de sentimientos que le nubla la vista y el corazón. A veces compruebo como el personal se preocupa en exceso por situaciones realmente ridículas, que si se ha terminado el saldo del teléfono móvil, que si en tal discoteca la entrada supera las 1.500 y eso lleva a frustrarnos las últimas horas de la noche del viernes, que si en el cine ya sólo quedan entradas para las primeras filas donde uno se deja los ojos... situaciones que incluso a algunos les lleva al desespero y hasta el cabreo.

Y esto es así, vivimos en una sociedad superficial de problemas superficiales, en la que uno a veces va por la calle y ve como las personas se arrastran en pena, preocupadas por chorradas que llevan al bloqueo psicológico, a la cerrazón de la mente y al abandono de la alegría. Es en estas situaciones cuando se entierra el “carpe diem”, cuando se olvida que estamos aquí para disfrutar de la vida cuanto podamos, de hacer cosas, de convivir con la gente y no sólo acompañar a la gente... y es que esto dura poco, la eternidad no está en la tierra.

Por eso siempre es bueno -cuando uno vive con esas absurdas penas- leer el periódico, ver el telediario, escuchar la radio... y comprobar que en el mundo sí que se presentan a diario dramas auténticos, dramas que llevan a muchos a vivir en pena de verdad, dramas como los terremotos en la India o El Salvador, dramas como el de los pueblos del Sáhara o del Kurdistán, dramas como el de África que muere de hambre y de sida... Es en esos lugares y también en rincones de nuestra propia ciudad dónde las almas sobreviven realmente en pena. Es en esas circunstancias en las que entiendo la tristeza en los rostros, en las que la injusticia clama al cielo, en las que la pena es cuerpo, razón y corazón, pues abarca lo físico y lo mental de todo aquel que sufre.

Por lo tanto conviene poner los pies en la tierra, darse cuenta de lo privilegiados que somos, calibrar la importancia de nuestros problemas, ver que hay mucho de intrascendente en nuestros momentos más tristes. Ver la realidad ayuda a reducir las penas, a buscar rápidas soluciones y consuelos a los pequeños golpes que nos da la vida... y, lo mejor de todo, nos descubre que somos unos afortunados y por ello nos obliga a vivir con intensidad y alegría y no tanto bajo la sombra de la desgracia.

(FEBRERO 2001)

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