15 octubre 2008

De Wall Street al bocadillo de la Plaza de España



La mayor preocupación mundial durante estas últimas semanas es, sin duda, la crisis económica que está afectando a las grandes potencias y, en general, a todos los países del mundo occidental. Si esta situación tendrá efectos negativos en el Tercer Mundo ya es un tema menor, que ocupa poco espacio (o ninguno) en los medios de comunicación. Aquí los nervios están en saber si la actual crisis será peor que la del “crack” de octubre de 1929 o que la crisis del petróleo de 1973. La gente ahora presta especial atención a la evolución de los índices de las principales Bolsas del mundo, que si el Ibex está en niveles del año 2005, que si el Dow Jones de la Bolsa de Nueva York ha bajado la cota psicológica de los 10.000 puntos por primera vez en cuatro años... etc, etc.

De repente a todos nos ha entrado una especie de miedo en el cuerpo al comprobar que las radios, los periódicos, las teles e internet no paran de escupir datos negativos de todo tipo: cierre de empresas, expedientes de regulación de empleo, aumento del paro, estancamiento de la venta de coches, hundimiento del sector inmobiliario... Admito que está situación me preocupa, puesto que lo que estamos viviendo está afectando directamente a muchas personas y es un gigantesco círculo vicioso que, de momento, crece y crece, haciendo mucho daño a la economía doméstica de miles y miles de hogares.

Quedarse sin empleo o perderlo todo es una situación que nadie desea ni para su peor enemigo. Y esta es una realidad que, desgraciadamente, veo a diario. Desde hace cuatro años, cada mañana, en la Plaza de España de Palma, segundos antes de entrar en el edificio donde tengo mi puesto de trabajo contemplo una escena que me provoca una doble sensación. Se trata de un grupo de personas, a veces 15, a veces 20, últimamente más de 30... que lo primero que hacen al levantarse es hacer cola en una institución religiosa en la que pueden recoger un bocadillo que se reparte gratuitamente, y que quizá es su único alimento a lo largo del día.

Esa doble sensación de la que hablaba es, por un lado, una profunda tristeza al pensar que, lamentablemente, las circunstancias de la vida les ha obligado a todas esas personas a realizar esa cola los 365 días del año, haga frío o calor. Por otro lado, esa escena me recuerda, diariamente, que yo estoy entre el grupo de los afortunados, entre aquellos que no tenemos que hacer cola, entre los que al llegar a casa tenemos algo caliente para comer. Y esa reflexión matutina me obliga a estar, cada día, profundamente agradecido, hasta el punto de sentirme un privilegiado cuando cruzo el umbral de mi oficina.

Lo más triste de todo es que aunque dentro de unos meses, o en un par de años, la Bolsa de Nueva York vuelva a ir como un tiro.. aunque la economía despierte de nuevo, la cola en la Plaza de España para el bocadillo seguirá existiendo y el Tercer Mundo seguirá siendo pobre durante muchas décadas, a no ser que los líderes mundiales se tomen en serio el drama del hambre. Y esto último es lo más cruel... ver como el mundo anda ahora asustado con lo que está cayendo, cuando desde hace demasiados años tenemos millones de personas que no saben qué llevarse a la boca, personas que ni les importa lo que es Wall Street o los tipos de interés. Esa es la cruda realidad que no sale en los titulares y que, sin embargo, todos conocemos.

(OCTUBRE 2008)

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