14 octubre 2008

Un grito de dignidad a nuestros políticos

Cada día que pasa es más evidente la gran separación que se da entre nuestra clase política y la sociedad a la que está llamada a servir. En la calle ya no asombra escuchar la frase “no me fío de los políticos y por eso ya no pienso votar en las elecciones, son unos...”. Nunca es bueno generalizar, pues en todo grupo humano, sea grande o pequeño, siempre hay personas muy valiosas y otras que carecen de mérito alguno. Por ello mismo no es cierto que todos los políticos sean unos impresentables, pero no sé, algo habrá de cierto en eso que se comenta en la calle. Veamos que razones pueden llevar a pensar mal de nuestros representantes públicos.

La corrupción y el tráfico de influencias se han convertido desde hace años en moneda de uso generalizado en los despachos de los ayuntamientos, del Govern y de los tres consells insulars. La prensa local ha denunciado que hay arquitectos, promotores y constructores que hacen caja gracias a determinados concejales de urbanismo. Y al revés, conozco el caso de un arquitecto que para conseguir la licencia para una obra, el concejal de turno le pedía a cambio un sobre con doscientas mil pesetas... Los medios de comunicación también se han hecho eco de la adjudicación a dedo, por parte de las distintas administraciones públicas, de importantes contratos a determinadas agencias de publicidad. La distribución de la tarta publicitaria no se realiza de un modo equitativo y eso perjudica a todo el sector y a muchos puestos de trabajo. Y por poner un ejemplo más, también es habitual escuchar que plazas “semi-funcionariales” han sido ocupadas gracias a la ayuda de algún padrino político, sin que medie concurso por oposición alguno.

A todos estos casos (y muchos más que podría citar) hay que añadir la negativa politización de los propios partidos políticos. Me explico. La dedicación a la política ha perdido su marcado carácter vocacional y ésta se ha convertido para muchas personas en una profesión más. Colocarse en un partido político es ya lo mismo que entrar a trabajar en una empresa privada. Ahora el político medio ya no se preocupa por la “res pública” sino en la “res del partido”, en subir puestos en el escalafón, en medrar, en sacar tajadas políticas (e incluso económicas) y, sobre todo, en asegurarse la renovación del cargo y/o sueldo cada cuatro años. Esto provoca que los que más valen no se atrevan a entrar en un partido ni siquiera como independientes, viendo como está el panorama... y que los torpes se esfuercen por entrar en ese mundillo, para poder sacar lo que sea.

¿Cuál es la solución a este problema?. No es fácil, pues las tristes situaciones que he comentado también tienen un marcado carácter personal. Si uno está intelectualmente preparado para ocupar un cargo público difícilmente desarrollará una labor política mediocre, y si uno manifiesta un profundo comportamiento ético difícilmente caerá en la tentación de la corrupción. El problema radica entonces en la permisividad de los partidos políticos, en que hacen la vista gorda de lo que les está pasando por dentro. Todas las formaciones políticas se han convertido en grandes enjambres en los que pululan todo tipo de personas, cada una con sus intereses y objetivos no siempre bien intencionados. La clave se encuentra en que, por un lado falta un mayor esfuerzo por parte de los partidos en crear capital humano de valor, en captar gente de prestigio, profesionales independientes y bien preparados, hombres y mujeres que tengan currículum y que hayan demostrado algo en sus vidas. Y por otro lado, falta un mayor control y auto evaluación de las personas que forman parte del partido. Si alguien no trabaja bien y es pura vagancia debería ser rechazado y si alguien no actúa dentro de la legalidad y del decoro político habría que expulsarlo, así de claro. Y lamentablemente cuando se dan estos casos, sobre todo habituales en la política local, no siempre se cumple este control.

Quizá es que nuestros políticos no son del todo conscientes de las responsabilidades que deben cumplir al ser elegidos. No es sólo ocupar un asiento, cobrar un sueldo y hacerse varias fotos a la semana a lo largo de cuatro años. No es gastar miles de euros en campañas propagandísticas de autobombo para sugerir a los votantes la conveniencia de su reelección en los siguientes comicios. El apoyo popular que reciben nuestros representantes no es algo baladí, es un mandato que exige esfuerzos, mucho trabajo y también excelencia en la conducta. Por eso les recomiendo a nuestros políticos que vean las escenas finales de la película de Steven Spielberg “Salvar al soldado Ryan”, cuando el capitán de la expedición que había ido al rescate de James Ryan observa como van cayendo sus hombres por salvar al soldado... y en medio del fragor de la batalla grita al oído de Ryan la siguiente frase: “James, hágase usted digno de esto, merézcalo”. Sin pretender hacer paralelismos bélicos, tengo muy claro que esto mismo es lo que los ciudadanos exclamamos a aquellos que alcanzan la gloria en la noche electoral, o así lo deberían entender todos los que finalmente logran representación, tanto gobierno como oposición. Si han merecido ese apoyo también significa que están llamados a servirnos, pues en sus manos recae nuestra confianza, nuestros dineros y la esperanza de que resuelvan con eficacia y rigor nuestras necesidades, ambiciones y problemas.

Lo más patético es que algunos no sólo ignoran esa dignidad que se les traspasa y que a la vez se les supone, sino que además la vituperan con sus maneras de ser y estar. Me contaba una amiga periodista que cubría las informaciones del parlamento balear que una vez se molestó en pasear por los escaños al finalizar un pleno, y que se encontró en uno de los asientos de un diputado un montón de pipas en el suelo, las mismas que se podrían encontrar en las gradas del estadio Son Moix tras un encuentro del Mallorca. Nuestra clase política y nuestros partidos necesitan reflexionar sus modos y renovar sus gentes para defender con autoridad sus ideas. Más trabajar y mayor decencia para dignificar su función representativa. En definitiva, hacen falta personas que vivan la política y no sujetos que vivan de la política. Los ciudadanos no somos pipas para escupir al suelo parlamentario, nos merecemos mucho más.

(JUNIO 2002)

No hay comentarios: