15 octubre 2008

Viaje a Rusia, viaje a la vida

A ella apenas la conozco y también son pocas las ocasiones en las que hemos tenido la oportunidad de hablar con calma, sin las prisas del trabajo diario. Pero sin embargo ayer fue un día distinto y lo fue porque descubrí en ella algo que no abunda entre los millones de seres que vivimos en este planeta: la generosidad y el querer a las personas en su universalidad, no sólo a los que tenemos más cerca.

Cristina volará en unos días hacia Rusia y no lo hará para visitar la Plaza Roja de Moscú, ni para visitar las calles más bellas de San Petersburgo. Cristina visitará con su marido un pueblo recóndito y cercano a la frontera con Ucrania. Y tampoco irán allí por tener un amigo que les haya invitado o por hacer turismo rural. Van allí para buscar a una persona que les marcará sus vidas, al que será uno de sus hijos. Y van con la emoción de padres primerizos, aunque sea la segunda vez que lo hagan, aunque ya forme parte de su familia un niño ruso que adoptaron hace tres años de un orfanato de otro pequeño pueblo ruso.

Cristina y su marido no son héroes pues ya son muchos los matrimonios que deciden adoptar niños fuera de España, de países que sin duda no gozan de las comodidades y privilegios que todos tenemos aquí, países como Rusia, como China, como Ecuador... Pero lo que sí se puede afirmar con rotundidad de ellos es que son generosos hasta el extremo, que son capaces de aguantar todos los trámites y papeleos que haga falta, que pueden viajar al más desconocido de los pueblos para descubrir que allí hay un orfanato en el que les estará esperando su nuevo hijo y que volverán a su hogar con la más profunda de las alegrías... incluso sabiendo las dificultades y sacrificios que se encontrarán para educar a un niño que viene de un mundo tan distinto al suyo.

Con este nuevo viaje Cristina y su marido no sólo buscarán a un niño con el que compartir cada uno de los días de su vida. Su viaje y lo que vendrá después será el mejor ejemplo de amor universal, de querer darlo todo no sólo por un niño, será darlo todo por una persona, por alguien que cuando llegó a este mundo se encontró sin nada, por alguien que todavía no conoce lo que es una familia, lo que significa tener padres, lo que supone despertarse cada día y pensar que puede ir al colegio, tener amigos, sonreir, jugar... y tener un hogar.

Y con esto que acabo de escribir no es que quiera ponerle un toque sensiblero a este tipo de aventuras en favor de la vida, con ello lo que quiero resaltar es que su generosidad no sólo supondrá acoger en su casa a otra persona, sino que todo ello incluirá también una gran dosis de sacrificio, de esfuerzo y de lucha para conseguir que aquel niño que venía del frío y de la nada logre, poco a poco, encontrarse como persona y crecer en los mismos valores que sus nuevos padres le habrán demostrado desde aquel primer encuentro... un encuentro que seguramente estará acompañado por el temor a lo desconocido y a todo lo que vendrá después de salir del orfanato.

Tengo la seguridad que con el paso de los años el hombre que fue un niño en la más absoluta de las soledades, y también su hermano mayor, serán conscientes que lo mejor que han recibido del nuevo mundo no habrá sido su casa, su coche, sus nuevos amigos, su trabajo... ellos serán conscientes de que el gran tesoro de su vida habrá sido encontrarse con unos padres que les educaron bajo un principio algo olvidado: el amor por el prójimo, allá donde esté, sea quien sea.

(FEBRERO 2004)

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