14 octubre 2008

Regresar a la infancia

Era un documental de TVE. El tema, los inmigrantes latinoamericanos residentes en España... y la familia que dejaban atrás, en su país de origen. Y es en este último punto donde me impactó un dato: hay colegios en Ecuador... en los que el 60% de los niños tienen a sus padres viviendo en España, labrándose un futuro para luego poder traer a toda su familia a nuestro país. Y esto me dio que pensar, quizá demasiado. Me hizo pensar en lo duro que debe ser pasar una infancia sin los padres y en lo triste que debe ser para unos padres ver como sus hijos van creciendo poco a poco... pero a miles de kilómetros de distancia. Sin abrazos, sin besos, sin compartir, sin educar, sin convivir, sin crecer en una completa unión familiar. Debe ser muy duro... y viendo a esos niños corretear por el colegio me llevaba a pensar que no sólo soy un privilegiado a fecha de hoy, sino que mí pasado está lleno de días de una persona también privilegiada.

Dicen todos los expertos educadores y pedagogos que la infancia, pese a ser muy inconsciente para el niño, siempre marca, marca mucho y forma los cimientos de toda una larga vida que está por llegar. Había una serie de televisión que lo resumía con una frase: “aquellos maravillosos años”. Y es que realmente lo eran, tanto, que pese a la edad que tengo, de vez en cuando me gusta retornar al pasado y recordar cómo me divertía y cómo vivía cuando mis años no superaban los dedos de una mano. Si, lo sé, sé que quizá esto parezca pura melancolía, un regresar a los días felices... y resalto lo de felices porque lo eran todos, uno tras otro.

Y es que creo que cuando llegamos a una edad adulta, en ocasiones nos ocurre aquello que en su día dejó escrito Pablo Neruda: “Y de repente apareció en mi rostro un rostro de extranjero y era también yo mismo, era yo que crecía, era todo, y cambiamos y nunca más supimos quiénes éramos, y a veces recordamos al que vivió en nosotros y le pedimos algo, tal vez que nos recuerde, que sepa por lo menos que fuimos él, que hablamos con su lengua, pero desde las horas consumidas aquél no mira y no nos reconoce”. Neruda tenía razón, podemos llegar a cambiar tanto, a actuar de una determinada manera... que olvidamos lo que éramos y ahora empezamos a dejar de serlo.

Por eso nunca es malo regresar a la infancia, no es pura melancolía barata. O ya no digo tanto regresar, pero sí al menos reconocer que la vivimos y que de allí surgieron dentro de nosotros una serie de valores, actitudes e incluso aptitudes que hemos de luchar por mantener a lo largo de la vida. El hombre brusco, el hombre frío, el hombre que pierde toda capacidad de inocencia, de sonreír con las cosas más pequeñas, de disfrutar de los momentos más cotidianos, de valorar todo lo mucho que tenemos y que los demás nos dan, es un hombre opaco, poco transparente y, sobre todo, poco agradecido.

Escuchar a la maestra de aquellos niños de Ecuador de los que hablaba al principio, me hizo valorar mucho más lo que recibí de esos, repito, maravillosos años. Mi memoria sólo alcanza a recordar momentos y pequeñas imágenes, pero algo me dice que aquello no sólo fue el comienzo de un camino que pude disfrutar con plenitud, sino que fue y es una importante señal de por dónde debo llevar el resto del camino que me queda por recorrer. Y es por ello que ese comienzo nunca hay que olvidarlo.

(DICIEMBRE 2002)

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