15 octubre 2008

La generación Google y la muerte del copyright



El uso de internet se ha extendido como la espuma entre todos los públicos y en todos los ámbitos, ya sea en el trabajo, en el colegio, en la universidad o en el hogar. Hasta mi madrina, que ya supera los 70 años, ha aprendido a manejarse por la red, algo que yo veía impensable hace tan sólo cinco años.

Y el uso de internet es como todo, si se abusa, si no se emplea racionalmente (con moderación y cuando es necesario) acaba convirtiéndose en una herramienta que puede llegar a ser perjudicial incluso para la salud, sobre todo para la salud mental. En el número anterior de esta revista centré mi artículo en lo absurdo de empeñarse en buscar un amor a través de internet, creando esas relaciones virtuales que nunca se sabe cómo pueden terminar (el artículo se puede encontrar en www.nobadis.net / numeros anteriores / opinión, para el que esté interesado en el tema).

En esta ocasión regreso de nuevo con el tema de internet, pero ahora para tratar otro asunto que cada día preocupa más a nuestros educadores: el uso indiscriminado de internet para copiar y copiar textos, simulando que uno entrega al profesor un trabajo muy bien elaborado, tras supuestas horas y horas de gran esfuerzo y dedicación. Todo mentira. El copyright ha muerto.

Esta situación ha llegado hasta tal punto que ahora los profesores, cuando les toca analizar los trabajos de sus alumnos, se ven en la obligación de convertirse en aunténticos “CSI’s” de la investigación para comprobar si lo que tienen delante es un plagio como una catedral o una retahíla de textos copiados de varias páginas web. Y el caso más dramático: cuando se trata de un texto de internet sin sentido alguno, es decir, un texto que el alumno ni se ha molestado en leer para ver si tiene relación alguna con la materia del trabajo solicitado en clase.

Sobre esta nueva forma de trabajar en las aulas, en el Diario de Mallorca pudimos leer recientemente las declaraciones de Santos Urbina, profesor del grupo de Tecnología Educativa de la UIB: “los alumnos tienden a acumular documentos sin contrastarlos, trabajarlos o reflexionar sobre ellos, por lo que el aprendizaje es más que cuestionable”.

Lo que quizá no saben algunos alumnos es que el profesor puede utilizar su misma herramienta para “pillarles”. El propio Santos Urbina señala que “cuando detectamos frases sospechosas las introducimos entre comillas en Google, de forma que sale el listado de artículos donde aparece la misma cadena de texto”. Y el profesor añade: “un cambio brusco en la calidad del trabajo evidencia un copia y pega”.

En mi caso pertenezco a la generación de EGB, aquella en la que internet no existía para el ciudadano medio y en la que uno se tenía que esforzar en buscar una buena enciclopedia para poder entregar un trabajo medianamente presentable al profesor. Todavía guardo en mi memoria aquellas mañanas de los sábados en las que nos reuníamos varios amigos de la clase para elaborar, entre todos, un trabajo en equipo. Cada uno aportaba sus fuentes de información, generalmente las fotocopias de la enciclopedia que cada miembro del equipo tenía en su casa. Cuando la situación se ponía chunga todos juntos nos desplazábamos a una biblioteca en busca de más documentación, lo que se convertía en una tarea apasionante que estimulaba a que todos nos metieramos en el tema con profundidad.

No vamos a descubrir ahora las bondades que tiene internet para la investigación y la búsqueda de documentación, que las tiene y muchas. Pero creo no estar equivocado al pensar que a más de un profesor le gustaría saber si sus alumnos son capaces de presentar un buen trabajo sin necesidad de entrar en internet. Hoy en día decir esto puede resultar una barbaridad, pero la realidad es que Google ha traído a los alumnos la solución más rápida y sencilla lo que, una vez más, nos lleva a la reflexión de si compensa una metodología de estudio sin esfuerzo. Eso no es verdadero aprendizaje.

(MAYO 2007)

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