15 octubre 2008

Tienes un e-mail... cuando el mensaje no dice nada



El pasado mes de diciembre opté por mandar una felicitación navideña digital a todos mis amigos y familiares, es decir, por correo electrónico. La decisión de hacerlo así no fue tanto para ahorrar en sobres, tarjetas y sellos. Tampoco fue para poder decir por ahí que se trataba de una iniciativa medioambiental con la que perseguía no gastar tanto papel. No, no fue nada de todo eso. Y lo reconozco ahora: lo hice así por pura comodidad.

El caso es que uno de mis amigos a los que iba destinada mi felicitación me contestó con un largo y profundo escrito que, aunque fuera por e-mail, me conmovió profundamente. Y la verdad es que lo que hice fue agradecerle profundamente su mensaje. Y así lo hice: “Gracias por tu largo mensaje. Te lo digo porque los que somos de nuestra generación hemos pasado por tres fases. Fase A: En Navidad mandábamos postales navideñas a nuestros amigos, con postal, texto escrito, sobre y sello. Fase B: Al llegar internet nos mandábamos e-mails en Navidad, pero personalizados, uno a uno. Fase C: Al estar todo el mundo estresado y con mil cosas que hacer... únicamente mandamos e-mails en formato de máxima audiencia, es decir, con copia a todo el mundo mundial. Sin mensajes personalizados, sin replicas o contra-replicas. En definitiva algo frío, rápido, sin alma.

Aquellos que ya estamos acostumbrados al uso diario del correo electrónico caemos, en alguna ocasión, en la Fase C que acabo de describir. Tecleamos textos y mandamos e-mails con tanta rapidez que a veces no profundizamos en aquello que escribimos y podemos llegar a convertirnos en seres autómatas que lanzamos mensajes escritos como si se tratara de la lista de la compra.

Y aquí no acaba el asunto. También se puede dar una situación más grave, que podríamos llamar Fase D, que es aquella en la que uno se dedica a mandar correos electrónicos con cualquier tipo de chorrada, desde un power point que habla de las maravillas de la vida, fotos absurdas, chistes que son tan largos que da hasta pereza leerlos, etc, etc. Lo peor es cuando este tipo de mensajes van acompañados de coletillas como esta (exagerando un poco): “si no mandas este mismo mensaje a otras diez personas tu vida será un desastre y quizá mañana te caerás por el hueco del ascensor... o, todo lo contrario, si mandas este mensaje a veinte personas se cumplirán todos los deseos, e incluso a lo mejor te llevarás el Gordo de Navidad”.

Afortunadamente puedo asegurar que yo todavía no he caído en esta Fase D y que incluso soy inmune a estos mensajes en cadena. Directamente paso de leerlos, aunque me prometan la eterna felicidad o aunque me amenacen con amargarme mi existencia si los ignoro.

Como conclusión sólo me queda añadir que quizá, entre todos, deberíamos esforzarnos por repasar lo escrito antes de darle a la tecla “enviar”. Es hora de pensar en la importancia del factor tiempo y, además, en un doble sentido. Por un lado, en no provocar que los receptores de nuestros mensajes puedan perder el tiempo por nuestra culpa, sobre todo a la hora de enviar mensajes que dicen muy poco.
Y, por otro, en dedicar tiempo a esas personas que sabemos que realmente necesitan recibir nuestro mensaje y sentir nuestras palabras (aunque sean breves). De este modo les llevaremos a la reflexión de que este mundo de ritmo frenético no podrá impedir que en algún determinado momento nos sintamos como un naúfrago que lanza un mensaje en una botella... y que ésta llegará a su destino con nuestro escrito en el que recordamos que seguimos aquí, que ese dichoso ritmo no logrará ocultarnos la visión de lo verdaderamente importante en la vida.

(ENERO 2008)

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