14 octubre 2008

Patéticas escenas de Navidad

Estas pasadas navidades he podido comprobar el nivel socio-cultural al que están llegando las nuevas generaciones, los niños que están entre los 5 y 12 años. Tres pequeñas anécdotas me han hecho ver lo triste del panorama. En las vísperas del 25 de diciembre iba yo paseando por la calle cuando me encontré a un amigo que acompañaba a su sobrino de unos seis años. Nos detuvimos para los saludos de rigor y cuando mi amigo se dispuso a presentarme a su sobrino, el chaval saltó y me dijo: ¡Que te calles Carmele! (sic). Yo me quedé a cuadros ante semejante saludo de la ricura... y opté por sonreir, comentándole a mi amigo lo simpático que me había resultado la frasecita en cuestión. Dios, cómo andamos, Tómbola y sus payasos del famoseo convertidos en referente cultural-lingüistico de niños de seis años.

También en esas mismas fechas, las de la entrañable Navidad, sufrí algo parecido pero esta vez en mis propias carnes, en mi propia familia. Llevaba al cine a dos de mis sobrinos, a la película de dibujos animados “Cuento de Navidad”, que narra la tradicional historieta de Charles Dickens, la del rico avaro que acaba convirtiéndose en alguien alegre y totalmente desprendido, repartiendo su fortuna entre los más necesitados. Yo estaba feliz de llevar a mis sobrinos al cine (me encantan los niños, pese a que parezca lo contrario por lo que escribo en este artículo), y encima aprovechaba la ocasión para educarles en uno de los principales valores que debe aprender toda persona, la generosidad. Pero no, no resultó. A los veinte minutos del inicio de la película el mayor de mis sobrinos también saltó: “Tío Javi, esta película es un rollazo”. Yo intenté hacerle entrar en razón, pero su motivación no fue a mejor, aunque por lo menos conseguí que vieran la película enterita.

Por último, fui testigo presencial de lo que hoy en día es una celebración de un cumpleaños infantil, algo que no se parece en nada a los cumpleaños de mis años tiernos. Me tocó ir a recoger a mi sobrino a una de esas fiestas de cumpleaños que se celebran en esa especie de locales en los que hay toda clase de juguetes, chucherías y demás. Pero es que lo más curioso es que en esa fiesta estaba la clase de mi sobrino al completo. Habría allí unos treinta niños, todos metidos en aquel lugar, cual jungla salvaje. No sé... no es plan de ponerme melancólico, pero yo recuerdo que en mi infancia tenía que luchar durante una semana para que mi madre me dejará invitar a mi cumpleaños a seis amigos en lugar de sólo cinco. Y es que esos seis eran mis mejores amigos y además venían a mi casa, a jugar conmigo en mi cuarto -con mis juguetes-, a soplar las velas de la tarta que hacía mi madre. Y es que aquello no era como la fiesta de mi sobrino, un auténtico ejército desmadrado metido en un garaje ajeno, dónde uno no era capaz de hablar ni de jugar con nadie. En definitiva, las fiestas de cumpleaños convertidas en un negocio lucrativo y, lo peor de todo, en algo frío e impersonal.

Después de vivir estas emotivas y reconfortantes escenas navideñas reflexioné un poco... y me he dado cuenta de que no hay nada que hacer, que los niños de hoy son la “generación Pokémon” -esos dibujos animados que en los que la violencia es el valor supremo-, y que también son esa generación de chavales que con 12 años (algunos incluso antes) ya guardan en su bolsillo un teléfono móvil, y no precisamente de chocolate o de juguete, sino uno de los de verdad. Lo que nos espera.

(ENERO 2002)

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