¿Miedo a casarse?

Aparece en este número de No Badis un reportaje sobre las madres jóvenes, aquellas que deciden casarse “pronto” y también tener hijos “pronto”. Y es que es cierto, ahora los matrimonios jóvenes son minoría y los que se casan antes de los 30 ya son directamente calificados como héroes, como gente valiente. Por un lado lo entiendo, pero por otro no. Entiendo a aquellas parejas que no se casan pronto porque juntos no suman los sueldos necesarios para pagar el alquiler donde viven, ya no digamos para comprar una casa propia. Entiendo también que no se casen aquellos que llevan poco tiempo saliendo y que todavía dudan de si están preparados para llevar adelante una vida en común.

Lo que sí que no entiendo son los otros, aquellos que teniéndolo todo, casa, sueldos y un conocimiento mutuo ya consolidado... son incapaces de dar el paso, de tomar la decisión de casarse. Y eso, ¿por qué ocurre?. Eso es así porque el miedo a casarse existe, es una realidad que se ha extendido en la sociedad en la que vivimos. Sólo empezando por el cruel dato de que la mitad de los matrimonios se rompen, ya sólo por eso, cualquiera tiene motivos para pensárselo dos y más veces antes de dar el “sí”. Son las preguntas ¿funcionará? o, mejor dicho, ¿funcionaremos?, ¿hasta dónde podremos llegar?... las que nos lleva a reflexionar muy mucho el tema.

Pero, sinceramente, yo no creo que sean esas preguntas las que haya retrasado el comienzo de los matrimonios. No creo que sean todos esos temores los que retrasen el “sí, quiero”. Yo pienso que es la comodidad, la pura y simple comodidad, la que hace que muchos alarguen lo que haga falta la fecha de su boda. Y es que educar y mantener una familia, por mucho de lo bonito que tenga detrás, no es nada fácil. Educar lleva tiempo, dedicación, esfuerzo y mucho sacrificio. Casarse y tener hijos no es sólo dar de comer, cambiar pañales y comprar los libros de la ESO cada septiembre... es mucho más que eso.

Educar una familia, todavía más si ésta la forman más de tres hijos, requiere la dedicación de toda una vida. Sí, digo toda una vida porque al final, cuando uno está a punto de palmarla, siempre se hace la misma pregunta: ¿qué es lo que ha merecido la pena de mi vida?. Y la respuesta, para los que se han atrevido a dar el paso y para los que han sabido invertir bien todos sus esfuerzos, es... la familia. El éxito final está por lo tanto en lo que se deja atrás, en las personas que dos han ido “regando” a lo largo de su vida y que dejan como “cosecha” antes de partir.

Puede parecer absurdo plantearse este tema cuando uno está en realidad pensando en cuántas asignaturas pueden caerle para septiembre, si el Mallorca será capaz de quedarse entre los cuatro primeros, si queda mucho para tomarse el primer chapuzón en la playa o si por fin nos harán una carretera decente para llegar a la UIB. Puede ser que pensemos en todo eso... pero al final, en muy pocos años, tendrá que llegar la gran pregunta: ¿nos casamos?.

(ABRIL 2001)